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jueves, 19 de agosto de 2010

EMOCION versus INTELIGENCIA

Gilberto Romeo Alvarado Polanco


Una de las primeras impresiones que capté leyendo la obra “Inteligencia Emocional” de Daniel Goleman, es la de que en diversos círculos científicos abocados a la investigación de temas psicológicos y su relación con la conducta del ser humano en el ámbito social, se abriga la idea de que durante la vida de éste hay un conflicto entre la emoción y la razón y que es mas importante o valiosa la emoción.
Semejante idea se produce al entrar en contacto con aseveraciones como las siguientes.
El autor citado al referirse a quienes tienen una visión estrecha de la inteligencia, afirman que el cociente intelectual (CI) es una condición de origen genético que no acepta cambio por medio de las experiencias que recibimos en el decurso de nuestras vidas, señala que pasan por alto un punto decisivo que se hace presente en el hecho de que en ciertas situaciones “... personas con un elevado CI no saben que hacer mientras que otras, con un modesto, o incluso con un bajo CI, lo hacen sorprendentemente bien...”. Luego explica: “Mi tesis es que esta última diferencia radica con mucha frecuencia en el conjunto de habilidades que hemos dado en llamar inteligencia emocional, habilidades entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo.” Finaliza diciendo que todas esas capacidades es posible enseñarlas a los niños, para que obtengan más rendimiento de la inteligencia que heredaron. O sea que la razón no va lejos sin la emoción controlada.
En otro pasaje se da cuenta que hay creciente evidencia que las actitudes éticas fundamentales que se adoptan en la vida, tienen como base las capacidades emocionales. Se recomienda tener en cuenta que “... el impulso es el vehículo de la emoción y que la semilla de todo impulso es un sentimiento expansivo que busca expresarse en la acción”.

Interesado en el tema inicié una pequeña búsqueda de información en los trabajos de algunos tratadistas, para arribar a una conclusión y compartirla con nuestros lectores.


UN CEREBRO PELIGROSO

Leyendo el libro “Inteligencia Emocional” de Daniel Goleman en sus primeras lineas, uno se encuentra con que le exponen que la emoción es mas importante que la inteligencia, así: “De hecho, a la luz de las recientes pruebas que nos ofrece la ciencia sobre el papel desempeñado por las emociones en nuestra vida, hasta el mismo término homo sapiens –la especie pensante- resulta un tanto equívoco. Todos sabemos por experiencia propia que nuestras decisiones y nuestras acciones dependen tanto –y a veces más- de nuestros sentimiento que de nuestro pensamiento. Hemos sobrevalorado la importancia de los aspectos puramente racionales para la existencia humana pero, para bien o para mal, en aquellos momentos en que nos vemos arrastrados por las emociones, nuestra inteligencia se ve francamente desbordada”.
Decidí entonces escribir un artículo sobre ese tema con el título “Emoción versus Razón”. Sin embargo, avanzado en la lectura cambié de idea y dispuse intitularlo “Un Cerebro Peligroso” al notar que la ciencia que estudia la inteligencia como producto de nuestra mente, afirma que tenemos dos cerebros, siendo uno el que se considera como el depósito de la razón, la sabiduría y la virtud, en tanto que el segundo es el que genera nuestras emociones y sentimientos, tales como la ira, el odio, el amor, el deber, el miedo, etc.
Esto me causó asombro y más al leer que el segundo cerebro es considerado como peligroso, expresando que “en un sentido muy real, todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra mente que siente, y estas dos formas fundamentales de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental. Una de ellas es la mente racional, la modalidad de comprensión de la que solemos ser conscientes, más despierta, más pensativa, más capaz de ponderar y de reflexionar. El otro tipo de conocimiento, más impulsivo y más poderoso -.aunque a veces ilógico-, es la mente emocional”.
Pero más asombrado quedé al enterarme del papel que se atribuye dentro de la actividad mental a la amígdala como la función rectora del cerebro, pero responsable a la vez de que nos volvamos irracionales con mucha frecuencia.

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